domingo, 16 de septiembre de 2018

Fuera de la caja


Me pierdo. Aunque mi cerebro está encerrado en apenas dos metros cuadrados, se siente perdido. Mando un mensaje de auxilio, una y otra vez pero nadie lo recibe. Siempre rebota en las paredes de cartón, de acero, de arena mojada de esa caja que me asfixia, agotando hasta la última brizna de vida, haciendo que mi mente se hunda en sí misma cada vez más. Cada vez más hondo, más profundo, sin signos de recuperación. Carga a 300... 

Sigue sin pulso. Se le escapa la vida y, aún así, se mueve. Segundo a segundo, hora tras hora, día tras día. Le han dicho que camine y él obedece. La vida se sigue escapando, pero él obedece. Porque es así y siempre lo ha sido. El mensaje siempre fue claro: no te salgas del camino. Agradece tu suerte. Sigue caminando. Día tras día, hora tras hora, segundo a segundo. Disfruta tu vacío hasta que sólo quede la nada. Hasta que tu espíritu se exprima del todo. Hasta que odies lo que amabas. Hasta que no quede ni una gota de ti. De tu alma. Hasta que sólo quieras llorar desde que abres los ojos. Hasta que sientas que es verdad, que eres nada, que el mensaje es cierto. Hasta que estés perdido. Hasta que hayan ganado… 

Hasta que abras los ojos y veas más allá de la bruma; de esa máquina de humo que han encendido a tu alrededor. Hasta que te preguntes por qué. Por qué ha de ser cierto lo que has oído, lo que te han contado, lo que te han implantado. Hasta que digas “basta”. Hasta que saques el pie de la órbita que te han marcado. Hasta que empieces a escuchar la voz que te llega directamente al corazón y te dice: “hazlo”. 
Respira, mira a tu alrededor y vuelve a sentir tu energía; tu esencia, tu ilusión, tu pasión. Vuelve a amar lo que haces; vuelve a sonreír mientras lo haces. Siente que eres útil y que nada ni nadie te puede hacer sentir lo contrario. Haz lo que disfrutas; disfruta de lo que haces. Desaprende lo que te han inculcado y deja sitio para todo lo que quieras aprender. Busca tu misión, desarrolla tu pasión y no dejes de sonreír. Olvida el miedo y abraza la ilusión. La decisión siempre es tuya.

“Los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía”

sábado, 1 de abril de 2017

01010011 01101111 01111001 00100000 01110101 01101110 00100000 01110010 01101111 01100010 01101111 01110100


01010011 01101111 01111001 00100000 01110101 01101110 00100000 01110010 01101111 01100010 01101111 01110100 00101110 00100000 01001110 01101111 00100000 01110011 01101111 01111001 00100000 01100100 01100101 00100000 01100001 01110001 01110101 11101101 00101110 00100000 01001110 01101111 00100000 01100101 01110011 01110100 01101111 01111001 00100000 01101000 01100101 01100011 01101000 01101111 00100000 01110000 01100001 01110010 01100001 00100000 01100001 01110001 01110101 11101101 00101110 00100000 01001101 01101001 00100000 01110000 01110010 01101111 01100111 01110010 01100001 01101101 01100001 01100011 01101001 11110011 01101110 00100000 01110000 01100001 01110010 01100101 01100011 01100101 00100000 01100101 01111000 01110100 01110010 01100001 11110001 01100001 00100000 01111001 00100000 01101110 01101111 00100000 01100101 01110011 00100000 01100011 01101111 01101101 01110000 01100001 01110100 01101001 01100010 01101100 01100101 00100000 01100011 01101111 01101110 00100000 01100101 01110011 01110100 01100101 00100000 01101101 01110101 01101110 01100100 01101111 00101110 00100000 01001000 01100001 01100011 01100101 01110010 01101100 01100001 00100000 01100110 01110101 01101110 01100011 01101001 01101111 01101110 01100001 01110010 00100000 01110110 01100001 00100000 01100101 01101110 00100000 01100011 01101111 01101110 01110100 01110010 01100001 00100000 01100100 01100101 00100000 01101100 01100001 00100000 01110000 01110010 01101001 01101101 01100101 01110010 01100001 00100000 01101100 01100101 01111001 00100000 01100100 01100101 00100000 01101100 01100001 00100000 01110010 01101111 01100010 11110011 01110100 01101001 01100011 01100001 00101110 00100000 01000101 01110010 01110010 01101111 01110010 00100000 01100100 01100101 00100000 01110011 01101111 01100110 01110100 01110111 01100001 01110010 01100101 00101110 00100000 01001001 01101101 01110000 01101111 01110011 01101001 01100010 01101100 01100101 00100000 01110010 01100101 01110000 01100001 01110010 01100001 01110010 00101110 00100000 01000001 01100011 01110100 01110101 01100001 01101100 01101001 01111010 01100001 01100011 01101001 11110011 01101110 00100000 01101110 01101111 00100000 01100100 01101001 01110011 01110000 01101111 01101110 01101001 01100010 01101100 01100101 00101110 00100000 01001101 01100001 01110100 01110010 01101001 01111010 00100000 01100100 01100101 00100000 01101000 01110101 01101101 01101111 01110010 00111010 00100000 01101001 01101110 01101000 01100001 01100010 01101001 01101100 01101001 01110100 01100001 01100100 01100001 00101110 00100000 01000110 01110101 01101110 01100011 01101001 11110011 01101110 00100000 01110011 01100101 01111000 01110101 01100001 01101100 00111010 00100000 01101001 01101110 01101111 01110000 01100101 01110010 01100001 01110100 01101001 01110110 01100001 00101110 00100000 01010011 01110100 01100001 01110100 01110101 01110011 00111010 00100000 01100101 01110011 01110000 01100101 01110010 01100001 01101110 01100100 01101111 00100000 01100100 01100101 01110011 01100011 01101111 01101110 01100101 01111000 01101001 11110011 01101110 00100000 01110100 01101111 01110100 01100001 01101100 00101110

domingo, 31 de enero de 2016

Capítulo 4: Un día tan largo que duró 48 horas

¡Oh, vaya! Nuestro último día en territorio British, pero iba a ser un día la mar de productivo. Al toque de diana, acicalamos nuestros cuerpos y preparamos las maletas que nos iban a acompañar durante todo el día. Después del clásico “desayuno inglés”, procedimos al checking out y, ¡mira tú por dónde!, conseguimos que los amables seres del hotel custodiaran nuestras maletas hasta la noche. ¡Yupi! A menos cargas, más diversión.

Enfilamos al metro rumbo a Hyde Park; lugar verde, mágico y enorme con un precioso paisaje otoñal. Hojas caídas, monumentos, árboles enormes, lagos y... - ¡Ardillas! ¡Quiero hacerme amigo de una ardilla! - Aún no, niño. Primero a recargarnos abrazando árboles: siéntelos, acércate a ellos con la mano izquierda, abrázalos, dales las gracias y despídete con la derecha.
Integrados con el corazón de la Naturaleza, fusionados con Gaia, recargados totalmente de energía, proseguimos nuestro camino. Eso sí, recopilando castañas para tentar a los pequeños y peludos roedores.

Tras pasar junto al lago, descubrimos una bonita casita rural en medio del parque que no era otra cosa que... ¡Los baños! Si es que hasta pa mear tienen clase estos británicos.
Entre fotos, paseos y palacios de Kensington acabamos en el césped, rodeados de árboles y con ardillas bailando a nuestro alrededor. De forma taimada, utilicé mis castañas para tentar a los bichitos, con tan buena suerte, que una de ellas decidió acercarse, olisquearme la mano y robarme las castañas. Sí, robarme, porque ni se la comió ni nada la muy bandida. Eso sí, la operación Friendly Squirrel se saldó con un resultado óptimo.
Y eso sólo fue el comienzo; poseído por el espíritu de Marc Singer en “El señor de las bestias”, entablé relación también con una mariquita que vino a posarse sobre mi mano y con un cuervo que graznaba por allí, aunque con éste no hubo contacto alguno.
El capítulo de “El hombre y la tierra” terminó en cuanto sonó la sintonía... Pero espera, es una gaita lo que suena... Cual ratoncillos en Hamelin comenzamos a seguir la melodía hasta dar con su fuente: un señor dándolo todo gaita en sobaco. Only in UK, babies.
Al acabar el silvestre concierto, movimos nuestros culos celtas a la salida más próxima, que resultó ser la que daba al Royal Albert Hall... Vaya tela, lo más cerca que voy a estar de allí y me pilla sin guitarra. En fin, me conformaré con la foto pose.
Todavía teníamos una apretada agenda para el día, así que nos pusimos en marcha hacia Harrods; preciosos almacenes, preciosa fachada, preciosos precios (para descojonarse, vaya) y precioso selfie.

Nos encaminamos entonces al tube para visitar la Torre de Londres y, de paso, intentar encontrar a alguien que nos friera un Mars; es que uno no ha viajado si no le han frito una chocolatina, que es una cosa muy de otros países. Allí estábamos sentados, meditando sobre la vida, el Universo y el hambre que empezaba a hacer cuando subieron al vagón un par de personajes armados con un violín y una guitarra acústica que nos amenizaron el viaje con un mini-concierto de country al más puro estilo Hill Valley 1885. ¡Great Scott, this country is amazing!
Al llegar a la London Tower nos sorprendió ver una gran aglomeración, así como los fosos del castillo totalmente sembrados de amapolas. Mira por donde, nos habíamos metido en plena celebración del Remembrance Day o Poppy Day, celebración que conmemora a todos aquellos caídos luchando por la Commonwealth. Nunca te acostarás sin saber una cosa más, eso es así.
Con mi mejor cara de mapache y actitud zombie debido a la hipoglucemia (el maldito freidor de Mars nunca apareció), nos dirigimos hacia el London Bridge, donde nos sacamos unas preciosas instantáneas para fardar por las redes; porque nosotros lo valemos.

Nuestro almuerzo estaba planeado en la que se había convertido en nuestra zona superfavorita de la city: Camden, donde te hartas por cuatro perras, así que nos pusimos en camino, no sin antes pasar por un supermarket para hacer acopio de chocolate y recargar energías (evitando así a cualquier viandante la pérdida de cualquiera de sus miembros a base de mordiscos). Esta vez nuestro estómago se decidió por un falafel enrollado en pan durum recién hecho y con una ensalada que contenía un mágico ingrediente que montaba una fiesta en nuestras bocas en la que todo el mundo estaba invitado. ¡Demonios! ¿Qué es este sabor? Al preguntarle al muchacho qué era lo que le daba ese toque extraordinario, nos quedamos con el culo torcido; el misterioso condimento era, nada más y nada menos que... (redoble...) ¡limón en vinagre! Mira tú qué bien, ya tenemos otra importación para la patria.
Para hacer la digestión, nada mejor que una paseo (o dos, o cincuenta y cuatro...) por el adorado Callejón Diagón, las Cuadras y demás recovecos y vericuetos de ese mágico ÜberPochito que es Camden en busca de cualquier tipo de artículo friki, barato, absurdo o todas las anteriores, para llevarnos a casita. Y todo eso, como no, aderezado de una sesión de regateo como Brian manda. En esta ocasión, cayeron un suéter de la prestidigitosa (es leviosa, no leviosá) Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería y una chaqueta abrigosa College Style, con la correspondiente disertación sobre mi talla: - Quiero una XL - Tú llevas una M - Mis cojones 33, señor inglés... Mira que me cuesta que me crean con la ropa. O tengo el superpoder de superexpandirme cuando me visto o la gente me ve muy alfeñique... Misterios de la vida, como la fórmula de la Coca-cola o los obreros que votan a la derecha. Habrá que llamar a Friker Jiménez...
Por supuesto, no podía faltar la exposición de Jack-o Lanterns en plena preparación; calabazas de Halloween para los profanos. De todas las formas y colores... Bueno, básicamente naranjas todas ellas, pero con distintos relieves, sangre, tripas y todas esas cosas de las que gustamos los amantes de las pelis de casquería ochentera. Una delicia, vamos.

Como aún nos quedaban cosas por hacer y la noche era joven (sólo eran las 6) decidimos volver al centro para comprar más regalitos; volvimos a la tienda Disney y pasamos a buscar el chocolate monstruoso que vimos el día anterior. En la tienda, nos dimos cuenta que no era chocolate como nosotros pensábamos, así que para no perder el viaje, adquirimos dos tabletas de chocolate con jengibre y lima. Rico, rico.
Seguimos vagando por el Soho para hacer tiempo hasta la cena y aparecimos delante de un Sex Shop, así que, de curiosones, entramos a comprobar cómo es la tecnología sexual británica y, fíjate tú que es básicamente igual que la española pero con más disfraces; aunque les faltaba el de Guardia Civil Recio Style.

¡Hambre, hambre, hambre! Para esa última noche londinense estaba planeado todo cuidadosamente; habíamos llevado de casa una recomendación: “Hijos míos, según el anciano maestro chino, la única comida china decente que ha probado fuera del país de la Gran Muralla está en Londres”. Con esa premisa, la noche anterior habíamos hecho unas prospecciones por Chinatown, observando menuses de restaurantes, eligiendo uno cuqui, mono y asequible.
El establecimiento en cuestión se hallaba lleno de humanos ávidos de saciar sus gaznates a base de rollitos de primavera... Bueno, más bien de Spring Rolls o, como se dice en chino 春卷, que a ver si te vas a creer que aquí vamos de cultos y no tenemos ni p*ta idea. Total, que nos encuadramos en un huequito que encontramos y degustamos un exquisito Mapo Doufu (tofu picante) y unos tallarines fritos y crujientes con verduras; todo regado con agüita, que la noche anterior ya habíamos escarmentado con el tema cerveza-te-la-voy-a-clavar-cuando-te-traiga-la-cuenta.

Ahora paseíto para digerir la cena visitando tiendas de suvenires para adquirir chorradas (como un imán de nevera sacatapas con forma de guitarra) e ir gastando pounds, además de descubrir la existencia de los chupachules de marihuana. Y después, a por nuestro último viaje en metro de la temporada. Adiós, señor tube, echaremos de menos tu utilidad y tendremos en cuenta tus sabios consejos; mind the gap, baby.
Volvimos al hotel y recogimos nuestras humildes pertenencias para salir zumbando a la estación y vivir nuevas experiencias: coger una guagua londinense. Después de hacer nuestras pesquisas, dedujimos qué bus nos convenía más para llegar a Victoria Station, lugar donde cogeríamos otra guagua para llegar al aeropuerto. Como no, había que experimentar el ir en la parte alta del vehículo en cuestión, dando bandazos e intentando hacernos selfies, además de observar el paisaje y sentir el vértigo de ir por el carril “incorrecto”.

Lo primero que hicimos al llegar a la estación fue buscar un cajero donde comprar los billetes del airport bus y un lugar donde devolver la Oyster; éxito y fracaso respectivamente, así que nos tocaba quedarnos sin 5 pounds pero con una tarjeta de metro de recuerdo. Mira qué bien, para la próxima visita.
Nuestro transporte salía una hora después con lo que nos dispusimos a esperar, pero, espera... Uy, esta estación está llena de gente rara; y por rara entendamos borrachines y personas con pinta de drogodependientes, pedigüeños y delincuentes habituales. ¡Oh, vaya! A buenas horas venimos a sentir el fear of de dark. En fin, armándonos de valor esperamos un buen rato a que nuestra guagua apareciera, esquivando al borracho que se empeñaba en pedirnos dinero cada tres minutos. Por fin apareció nuestra carroza, pero aún no era la hora de salida. Da lo mismo, preferimos pasar frío (coño, qué frío) en el andén antes que estar al calorcillo de los vapores etílicos del beodo paliza.

Después de una horita de viaje en la que cayó alguna cabezadita sillonera arribamos al fin a Lutton. Lo primero, baño y quitar lentillas (ay, qué gustito pa mis córneas); luego, gastar billetitos y monedas que de poco nos iban a servir en casa, así que entramos en las tiendas aeroportuenses para adquirir algo para zampar (la comida china se digiere o dijiese demasiado rápido) y cualquier chorrada que mereciera la pena. Los afortunados fueron un par de sandwiches bastante decentes para lo que se suele encontrar en los aeropuertos, con su paquetito de papas y su refresco incluídos en el precio. Mención especial para el kit de composición de canciones metal (WTF??); sí, un paquetito de imanes con palabras como “hate”, “blood”, “fire” y demás términos que se pueden encontrar en cualquier tema cañero. Muy útil para cualquier rockstar en ciernes. Incluso el dependiente de la tienda flipó al decirme el precio porque ni siquiera sabía que vendían eso. Joven, nunca te acostarás sin saber una cosa más, ya te lo dije más arriba.
Tras la recena, pasamos el control de seguridad, donde me hicieron abrir la maleta para comprobar que el líquido de mis lentillas no era explosivo ni peligroso para mi salud ni la de mi maleta. ¡Qué majos!
Y aún nos quedaban unas tres horas para embarcar. ¿Qué hacer en un aeropuerto a las tantas de la madrugada? Pues lo que puedas para no quedarte tieso. En nuestro caso, gemir como zombies hasta que abrieron el Boots que había junto a nuestra puerta de embarque. Sí, los ingleses te meten el Boots donde les da la gana. Genial para nosotros para comprar más chuches (gigantescos tubos de Smarties) y acabar de gastar el cash restante.

Finalmente, a las 6 de la mañana abrieron nuestra puerta de embarque y tuvimos que recorrer el camino de baldosas amarillas, Pueblo Paleta, Villa Pingüino y Mos Eisley hasta llegar a la auténtica puerta de embarque. - Oye, que vamos a llegar a casa caminando... - Pues toda la pinta tiene, sí...
Infelices de nosotros creíamos que íbamos a posarnos en nuestros asientos en breves momentos pero, ¡ja! Ignorábamos que nos aguardaba otra media hora de cola dentro del aeropuerto, donde descubrimos nuevas disciplinas poco exploradas, como dormir de pie, así como otros diez minutos de cola a la intemperie (coño, qué puto frío... ¡Coño!), aunque esa espera se hizo más amena observando el estilismo que traen los turistas británicos a las islas. La categoría ganadora de la noche/mañana/día/yanoséquécoñoesjoderquésueñotengo fue la de “Zapatitos veraniegos con uñas largas como garras de velociraptor pintadas de rojo”. Un primor, oiga.
Tras esa dosis de risas mañaneras pudimos descansar en nuestros asientos, donde nos acurrucamos en un duermevela durante un buen rato. Bye, bye, UK; Hope we'll see you soon.

Ese minisueño nos vino de perlas ya que, al llegar a la patria, aún nos quedaba la celebración de Halloween, estrenando nuestras lentillas de zombie y viendo pelis de miedo en familia. Bueno, viendo es un decir, porque yo sólo recuerdo una casa encantada, un pestañeo y despertarme en un sillón que no era el mío con un “buenos días princesa”. Es que 48 horas de día no se disfrutan muy a menudo.

Muchas cosas divertidas sucedieron en ese viaje pero, sin duda, me quedo con la paz y tranquilidad que vivimos durante esa escapada, así como la certeza de que era el primer paso de un camino que nos llevaría a muchos más lugares en compañía.



“Imagino que entras por esa puerta y te llevas lejos todas mis penas”

domingo, 15 de febrero de 2015

Capítulo 3: Magia, regateos y menores de edad

¡Arriba, que hoy va a ser un gran día! Nos levantamos motivados y no helados, ya que esta vez sí que recordamos cerrar la ventana. Tras la ducha y el desayuno de rigor, empezamos nuestra aventura, pasando primero por un Costa, eso sí (ese aguachirri que los del hotel llaman café no despertaba a Mami). Para confundirnos con el medio, decidimos pedir las bebidas para llevar y beberlas durante el viaje en metro hacia King's Cross. Y sí que duraron, por lo menos, mi té verde. Cada vez que intentaba darle un sorbo, 20000 papilas gustativas morían calcinadas. Así que, sorbito a sorbito, observando a las tres recatadas pero emocionadas turistas japonesas que teníamos al lado, el nivel del té fue disminuyendo.

Al llegar a la estación nos dirigimos a los andenes de los trenes buscando nuestro objetivo: ¿Qué hay entre los andenes 9 y 10? ¡Exacto, el andén 9 y ¾! - Espera, que no podemos entrar a los andenes sin pagar... - Pues tiene que estar en otro sitio - ¡Localizado! La cola de gente delataba la ubicación del lugar turístico más friki de Londres: el célebre muro que llevaba a Harry Potter y sus amigos del mundo muggle a tomar el expreso de Hogwarts. ¡A la cola, antes de que se me suba del todo la cara de cumpleaños! Mientras esperábamos (no mucho, la verdad) elegimos nuestra casa de Hogwarts; Mami, como es valiente, se fue a Gryffindor y yo, como soy un enterado, a Ravenclaw. Lo que hay. Las risas aumentaron al ver a la chiquina que animaba la cola, vestida de revisora del Hogwarts Express, apuntaba a todo el mundo con su varita y organizaba a la gente con muy buen rollo; tanto buen rollo que, tras inmortalizar nuestro paso al mundo mágico con bufanda, carrito y lechuza incluidos, fui a hablar con ella para sacarnos una foto. Lejos de importarle mi atrevimiento, me apuntó con su varita y me lanzó un Avada Kedavra, para después, dejármela para hacer yo lo propio, llevándome a casa dos de las fotos más divertidas del viaje. ¡Qué amor de muchacha!

La visita dictaba que entráramos en la tienda del andén 9 y ¾, pero antes había que buscar una papelera para tirar el vaso de mi, por fin terminado, té. Coño, ¿en King's Cross no tiramos la basura o qué? Pues nada, pa fuera que voy y pa dentro que vuelvo. Ahora sí, a la tienda. Tan chiquita era que había que esperar a que te dejaran entrar. Y ¡qué pasada! Estantes llenos de cuadros, llaveros, pósters, bufandas, sudaderas y, lo más importante, varitas. Cajas y cajas de maravillosas varitas mágicas. Probamos unas cuantas a ver cuál nos elegía y... ¡Chan, chaaaan! La varita del Señor Tenebroso eligió a Mami... Miedo. Pero se tuvo que quedar allí, porque no había pounds enough. ¡Qué caro sale ser friki!

Al salir de King's Cross, Londres nos empezó a obsequiar con su característico tiempo chipichupirainkeepsfallingonmyhead, así que capucha en ristre dirigimos nuestros pasos hacia nuestro siguiente objetivo del día, Camden Town, previa sesión de fotos en la estación de St. Pancras; cosa bonita de edificio, oye. Como el lugar en cuestión parecía estar a cuatro pipas, decidimos ir dando un paseíto y disfrutar del clima londinense, así como de la lectura. Y lo segundo que leímos después de la dirección hacia donde debíamos dirigirnos fue, one more time, la carencia del sentido de la moda que se gastan por allá, demostrada por una señorita coreana con unos ojos “azules” como dos sugus de piña y otra señorita con un corto y vaporoso vestido primaveral con calcetinitos que iban a juego (con otro vestido, probablemente). Ponerme-lo-que-caiga 2 – Espejos 0.

Por el camino tuvimos tiempo de ver cosas tan interesantes como una consulta de osteopatía, fruterías muy caras y de leer frases divertidas en pizarras de pubs (“El alcohol es como el amor: el primer beso es mágico, el segundo, íntimo, el tercero, rutina  y después de eso ya te quitas la ropa”). Hasta que llegamos a Camden... - ¿Y esto es lo que teníamos que ver según todo el mundo? Si es un barrio normalito. - No sé, algo más habrá... Vamos a llegar a la calle principal.

Y ahí estaba. El paraíso. Una enorme calle llena de tiendas de todo tipo; chaquetas, botas, libros, discos y un sinfín de artículos aptos para todas las tribus urbanas, desde punkis a heavyletals pasando por amantes del chundachunda. Nombres como Dark Side, Chaos, Dark Angel o Cyberdog poblaban la zona mientras sacábamos fotos y paseábamos ojipláticos. En una de estas, mirábamos lentillas de fantasía cuando el empleado de la tienda nos hizo entrar para ver más modelos, por sólo 10 £. Bueno, vamos a hacerle el capricho al hombre y entremos a verlas. En vista de que no teníamos intención de comprar nada, el tío me pregunta cuánto estoy dispuesto a pagar. Mmm, ventaja... Aprovechémosla. - 6 £ - No way... 7. - Ok, dame dos pares. Y así nos convertimos en los dueños de unas flamantes lentillas de zombie (muy apropiadas para el Halloween que se avecinaba) y descubrimos una nueva afición, muy necesaria según Monty Python: el regateo.
Seguimos nuestra andadura reparando en otro detalle: no sabes cuán poco echas de menos la música que se escucha a todas horas en tu pueblillo hasta que empiezas a oir salsa en una tienda de Camden... WTF???

Empezamos a vagar por las callejuelas cotilleando en todas las tienda y con un ansia compulsiva de gastar pounds. - Mira qué vestido para Sissy... - Y mira esas botas para Sissy... - ¿Y ese colgante? - Para Sissy – Niña asquerosa esta, que le queda todo bien... - Bueno, vamos por el Callejón Diagón, a ver qué encontramos. Pues ¿qué va a ser? Cosas increíbles como camisetas y sudaderas pintadas con spray, agendas encuadernadas a mano en cuero o malas energéticamente inestables.
Con tanto paseo y visitas a los ATM nos entró hambre, sobre todo por los olores que venían de la orilla del Regent's Canal. Puestos y puestos llenos de comidas del mundo; de todo el mundo. Mención especial para los bocadillos de tortilla auténticos, es decir, con embutido metido entre tortilla y tortilla, aunque lo sentimos mucho por Jose Mari, cuya señora no lo dejó comer tortilla de patata. Después de dar vueltas y vueltas sin decidirnos y que el jilorio empezara a apretar seriamente nos decantamos por un papeo tradicional americano del mismo Texas: Chili con carne acompañado de puré de boniatos; gloria bendita para el fresquete que empezaba a hacer. Y de postre, zumo de manzana, plátano, arándanos y naranja con un toque de jengibre. Wonderful!
Con la barriguita llena sólo quedaba buscar regalos para los peques y más gente querida; ¡Yupi, más regateo! Me estoy haciendo un artista en esto. Y como no, también nos teníamos que autoregalar algo,  aunque quedaba más bonito regalarnos mutuamente. Y lo mejor que nos podíamos regalar era tiempo, así que yo le regalé a Mami un giratiempo y ella a mí un reloj de bolsillo.

A las cinco de la noche volvimos al centro, ya que nos quedaban cosas fantásticas que hacer. Directamente a Hamley's. ¡Juguetes, juguetes! Cinco plantas llenas de juegos, juguetes y... Niños. Niños gritando, niños corriendo, niños dando por cu... ¡Aaargh! Apenas pudimos disfrutar de las gigantescas figuras de Lego Star Wars o las réplicas de las varitas de Harry Potter, el mapa del merodeador o las joyas de los Lannister. Eso sí, lo que no había por ningún sitio eran peluches de ardillas... Por menos de 200 £, claro. Ya que las energías me abandonaban como si estuvieramos rodeados de un ejército de dementores, Mami decidió llevarme a un Nero's para recibir la cura cuando el Patronus no funciona: el chocolate. Allí recuperamos fuerzas y conectamos con un WiFi funcional. ¡Yuhuuu!

Después de reponer energías nos echamos a caminar y caminar y caminar y, fíjate por donde, fuimos a llegar a la BBC, no a Bodas, Bautizos y Comuniones, sino a la tele inglesa. Esa que sólo ponen cosas en inglés, con presentadores ingleses y... Bueno, que no tengo ni zorra de lo que ponen en la BBC, pero tú tampoco, y yo he estado allí y tú no. 'Ea, te chinchas! Y con tal puntería que estaban rodando algún tipo de presentación de un programa en el que utilizaban coches antiguos, así que allí vimos a los presentadores llenos de laca montándose en los coches y entrando a plató.

Tras salir del glamouroso mundo de la tele, nos dispusimos a dar una vuelta por el Soho; barrio lleno de pubs y, a esas horas, de gente encorbatada cenando y echándose unas pintas. Antes de elegir un sitio donde llenar la panza recorrimos las callejuelas del lugar encontrando una tienda llena de discos, ibros y revistas de segunda mano y otra con un escaparate lleno de chocolates monstruosos; es decir, envases de chocolates con indicaciones halloweenescas como “Grageas para las pesadillas” o “Espantamonstruos”. Tomamos nota de su ubicación para llevarnos dulces souvenirs a casa. Ahora sí que empezaba a rugir la barriga así que, al igual que en Camden, nos pusimos a buscar un pub que nos diera de comer. Y, al igual que en Camden, tardamos una barbaridad en elegirlo. Sí, somos muy indecisos con la comida, qué le vamos a hacer... Eso y que, como las polillas, cualquier cosa brillante nos atraía. Pero dando vueltas y vueltas, nos tropezamos con el pub White Horse, donde procedía una foto sí o sí aunque no pasáramos de la puerta de lo caro que era.

Nos decidimos por un local en el que el comedor estaba en la parte alta. Una vez sentados y, como normalmente se hace, primero pedimos las bebidas: dos Guinness y el camarero, a su vez, me pidió el carnet. ¡Jajajajajajaja! Después de mirarlo con cara de haba y descojonarnos el tipo nos dijo que a los menores de 25 hay que pedirles la identificación para servirles alcohol. Tiene guasa que me pidan el carnet hasta en ultramar... Debe ser que fui a Londres en DeLorean y no en avión. Lo más divertido es que seguro que el camarero era menor que yo.
Para cenar pedimos Bangers and Mash, osea, salchichas en salsa de carne, cebolla y zanahoria acompañadas de puré de papas y batata frita. ¡Cosa rica, por Thor! Y como nos quedamos con sed, otra cervecita. Cosa que lamentamos profusamente al llegar la cuenta... Las cuatro cervezas costaron lo mismo que la comida, dejándonos la barriga llena y un bonito puñal clavado en las costillas. Antes de irnos le pregunté al camarero qué edad me había echado y se escabulló incómodo de la pregunta, con lo que volvimos a salir desborregados de la risa. Igual por eso el tío nos subió la factura. Si es que hay gente muy rencorosa en el mundo... Y con muy mal ojo para calcular edades también.

La jornada tocaba a su fin, así que nos dirigimos a nuestra madriguera de nuevo. Cuando estábamos bajando la escalera mecánica del metro, oí un familiar arpegio de guitarra en La menor. Canturreando, llegamos al pie de las escaleras donde había un chico tocando The Unforgiven con una guitarra eléctrica. Nos paramos a escucharlo y cantar con él, así como echarle una moneda en la funda. ¡Qué pena no haber tenido mi guitarra y acompañarlo!
Después del viaje en metro, que esta vez se hizo hasta corto, llegamos a nuestra habitación, preparamos la maleta y el plan de ataque para el largo día que nos esperaba y nos dormimos recordando todos los mágicos momentos del día.

¡Hasta mañana! ZzZzZ

“Lo que sentí, lo que supe, nunca brilló a través de lo que mostré”

jueves, 4 de diciembre de 2014

Capítulo 2: Reencuentros, alegrías y gente en las vías


Al despertar a la mañana siguiente no me costó mucho ubicarme; estaba en otra cama, en otro país y ante nosotros se desplegaba todo un abanico de nuevas experiencias, así que ¡alehop!, arriba, que pa luego es tarde.
Mami ya se había levantado y me informó de que cuando duermo, me muero... Oye, bueno es saberlo, así en vez de rezar por las noches, hago testamento. Tras esta información, debatimos acerca del frío que habíamos pasado esa noche. Por lo visto iba a ser un fresco día londinense. Así que nos asomamos a la ventana para observar el panorama y, además de ver una obra que nos tocó diana, observamos que la cosa pintaba soleada y que el frío nocturno se debía a que, inteligentes de nosotros, habíamos dejado la ventana abierta... ¡Bravo, cerebritos! Eso es la falta de azúcar, así que una ducha y a desayunar.

“Mmmm, English breakfast”, pensaba mi estómago; “pues va a ser que no”, respondió el hotel. Nuestro desayuno consistía en tostadas, cafeses, zumos y cereales, así que agarramos lo que nos apetecía y a llenar el buche. Por cierto, los plátanos de allí no saben a plátano. - ¿Ya estás lleno? - No, pero vamos, que aquí no hay mucho que rascar... Asi que nos pusimos en marcha, recorriendo Hammersmith a la luz del día. Oye, pues es un sitio bastante cuco, con sus trenes, sus obras y su gente que corre de un lado para otro con sus prisas y sus desconjunciones indumentariosas. Se ve que los espejos son caros o que a la gente le importa una puta mierda ir vestida armoniosamente... En fin, cada loco con su tema y nosotros, al metro dirección Picadilly Circus.

Y allí empezamos nuestra sesión fotográfica de guiris, en la fuente de Picadilly con las pantallas de fondo, y mira tú por dónde, que debajo de esas pantallas había algo muy necesario para mi bienestar ocular: un Boots, que es lo que habría salido si una farmacia, la perfumería del corte inglés (como no) y una cafetería hubieran tenido una noche loca y traído un retoño al mundo. Osea, que puedes comprar condones, maquillaje, vitaminas, papel higiénico y echarte un sandwich, todo en el mismo sitio. Inglaterra, ¡qué país! Tras adquirir mi líquido lentillero, procedimos a pasear por Oxford Street hacia Oxford Circus (bien les gustan los payasos a los ingleses, todo lleno de circos) para buscar a mi churrita, Maite.
Tan ilusionados que íbamos disfrutando del paseo y los pintorescos escenarios urbanos (es decir, las aceras anchas como la espalda de un culturista), empezamos a ver burbujas; - Estooo, ¿por qué hay un fulano haciendo pompitas de jabón en medio de la calle? - Porque esto es Hamley's, la famosa tienda de juguetes de 5 plantas... - ¡Pues mira qué bien! Nos hemos ahorrado buscarla. - Joder, qué buenos somos, ¿no?

Entonces llegamos y nos vimos de lejos, corrimos, reímos, lloramos, nos abrazamos... A veces la distancia y el tiempo sólo sirven para calcular la velocidad y dejar todo lo demás intacto.
Tras las pertinentes presentaciones, nuestra peregrinación londinense guiada comenzó con carcajadas y el alivio de Mai por poder practicar de nuevo el castellano (¿Avocado? A bocados si que te voy a agredir como te olvides de tu idioma...).
Como no, nuestro paseo comenzó, sin querer queriendo, por la zona friki: Denmark Street (My God, agárrenme que como entre, no salgo) y Forbidden Planet, con sus dos plantas de merchandising (Chucky, serás mío algún día), cómics, libros, pelis y todo el material del que estamos hechos los nerds.
Mientras nos poníamos al día de nuestras respectivas vidas, continuamos el paseo por el Soho, Chinatown, Leicester Square (se lee “leister”... Los ingleses comen cosas raras, como “ce's”) y el lugar de nacimiento del primo de Willy Wonka: M&M World. - ¿Hueles eso? Es diabetes. Pero oye, es un sitio genial para sacarte fotos absurdas con pastillitas de chocolate gigantes.

Más tarde pasamos por Trafalgar Square, con sus leones gigantes, sus personas escaladoras (incluido yo) y sus estatuas vivientes de Yodas demoníacos y flotantes; una gran perturbación en la Fuerza, ciertamente. - ¡Mira eso que asoma entre los edificios! - Sí, después vamos, ahora toca Buckingham; métanse el palo por el Ohio, niños, que Vicky está en casa. Pues sí, debía estarlo, pero algo más pasaba, porque este despliegue de pelochos con uniforme de gala no era normal. Bueno, sin pretenderlo, disfrutamos de un desfile con su banda y todo.
Para descansar de tantas emociones, paseamos por St James' Park, todo lleno de patos, ocas, animales plumíferos aún sin clasificar y ¡ARDILLAS! ¡Adoro las ardillas! Son más cuquis que las chicas con gorrito de invierno y gafas de pasta. Pero no paraban quietas las malditas, así que no pudimos darles de comer; además estaba el detalle de que no teníamos comida, que quieras que no, también influye en el interés de los bichos por nosotros.

Ahora sí, llegamos al lugar de los sueños de cualquier turista en Londres: el Parlamento. - ¿El qué? - El Parlamento, ya sabes... - Mmm... ¿el qué? - El Big Ben, cojones... - ¡Ahhh, así sí! Todo mono él, ahí en su esquinita, esperando a ser resobado por cientos de cámaras, con sus cabinas rojas puestas en la trayectoria de la foto. - ¿Y ese edificio con esa cola enorme? - La Abadía de Westminster - Pues tiene un selfie... - ¿Y eso verde que hay en la acera? - Es lo que señala el norte, pequeña (no íbamos a ser sólo nosotros los que aprendiéramos cosas, ¿verdad Churrita?).
Y con el London Eye y los Ferraris que la gente pastosa exhibía por el puente finalizamos esa parte del tour; más que nada porque ya hacía hambre, así que, al tube y a zampar al Yate's una rica comida inglesa, regada con caldos de la tierra, cerveza, vamos, acompañadas de charlas, cotilleos estilo Gossip Girl y promesas (no volveré a hacerlo, te lo jurito).

Reanudamos la marcha encontrándonos a unos muchachos haciendo un espectáculo de Break Dance en plena calle y ¿qué mejor manera de hacer la digestión que ver cómo la gente se vira el buche? Por cierto, ¡cuánto le debe esta gente a los capoeiristas! (fin de la reivindicación). - ¿Y ahora? - ¡A Covent Garden! Eso sí, previo repaso por el Boots para comprar otro líquido lentillero. Lo que es no leer, tú...
Tras un buen pateo, arrivamos a Covent Garden... ¡Qué sitio más mono! Con sus puestitos, su arte y sus precios caros. Ahí ya empezaba a refrescar; es lo que tienen las 5 de la noche, así que nos refugiamos en un Costa Café, que es donde los ingleses ingieren sus cafeinados brebajes y donde dependientas andaluzas le montan un pollo a sus compañeros cubanos para que no les tiren de la trenza en un andalú perfeito. Y de camino, nos sacamos una foto con una guagua antigua de dos pisos que un grupito había alquilado para algún sarao; si es que tenemos el don de la oportunidad.
Como ya se hacía tarde y Maite tenía que coger 64 líneas de metro y cuatro barcos para llegar a su hogar, nos despedimos donde nos encontramos tras una jornada maravillosa, con la seguridad de que en nada nos volveríamos a ver en tierras canarias (y con un +1 muy especial). ¡Muchas gracias, Churrita! ¡Te love you mil! Y ahora, Mami también, que determinó que eres un cariño de niña.

Ahora sin manguitos, decidimos meternos pa lo jondo, tropezándonos con la Disney Store en cuyo escaparate había kilos de merchandising de Star Wars, que es el equivalente a un imán para frikis, así que allí entramos. Y entre Chewbaccas (Chubaca, no Chewaka, coño), Lukes feos y Erredoses, vislumbramos una enmascarada y gigante figura roja y azul... - ¡Aaaaah, Spiderman! - ¿Te saco una foto? - Obvioooo...
Después de observar posibles regalitos y de comprobar el absurdo precio de algunos artículos, proseguimos nuestra exploración, haciéndonos selfies bajo marquesinas navideñas llenas de setas; sólo nos llevó unos siete intentos hacer uno medio decente... Vamos mejorando. Ahora había que pensar en cenar, así que nos encaminamos a un piano pub que nos habían recomendado. Y dimos vueltas, y vueltas y vueltas... Y vueltas... Pero no dimos con él. Coño, para una cosa que buscamos... Así que, en vista del éxito obtenido, de la hora y del hambre que empezaba a apretar, tiramos al metro para cenar en nuestro pueblo. Pero, hete aquí, que a alguien le pareció una buenísima idea lanzarse a la vía de nuestra línea, haciendo que se cancelara. - ¿Y ahora cómo volvemos? - Mapa - Pues cogemos esta hasta aquí y luego empatamos con la otra y ya estamos. - ¡Mira qué bien!
Superbien, si la línea que elegimos (la única que nos llevaba a nuestro destino, por otra parte) no hubiera sido de estas que van a veces a un sitio y a veces a otro. Adivina cuál cogimos nosotros; efectivamente, la que iba al otro sitio, así que nos bajamos corriendo y esperamos el tren correcto durante unos diez minutos, cansados y muertos de hambre. Yo sólo veía pasar bocadillos con abrigo y bufanda.

Cuando ya pensábamos que no llegaríamos para cenar (estos ingleses son muy de cerrarte el chiringuito del papeo si llegas a determinadas horas no comestibles) o hacer aguas menores (¡qué manera de mearme, oye!) apareció nuestro tren, así que pudimos llegar justitos a un pub deportivo de Hammersmith con unas hamburguesas muy apetecibles, aunque a esas horas, hasta un cubo de plástico nos habría parecido comestible.
Ya sólo quedaba pedir una interesante oferta de hamburguesa + papas + cerveza. Fácil, ¿no? ¡Las pelotas! (muy de bar deportivo). El camarero estaba en prácticas y, para más inri, tenía acentazo de la zona así que, al pedir la oferta nos pregunta qué hamburguesa va con la oferta. ¡Y yo qué coño sé, tú eres el que trabaja aquí! ¡No toques los huevos que todavía te comemos a ti, rubio! Claro que eso fue lo que pensamos; al final aclaramos el tema y conseguimos nuestro condumio que sabía a felicidad absoluta. Tan contentos estábamos que pudimos ignorar a la ruidosa panda de mediquitos en prácticas que acababan de salir de guardia o algo y la estaban liando parda.

Después de un breve paseo digestivo, llegamos al hotel a morir one more time; reventados pero felices como perdices y, sobre todo, tranquilos, relajados y en paz. A descansar, que mañana nos esperaba otro gran y largo día lleno de magia y aventuras.

Buenas noches ZzZzZ

“Sólo por esta noche no me iré, mentiré y tú me creerás; sólo esta noche veré que todo es por mí”

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Capítulo 1: Llegando


Aquella mañana desperté temprano, emocionado y nervioso por la aventura que se avecinaba. Después de una ducha y un frugal desayuno (dos huevos duros, media pizza y un tazón de cereales), cogí la maleta y me dirigí a casa de Mami sin olvidarme de mi pequeña plantita. Una vez allí, tras los saludos, los chillidos de animadora pava y los preparativos de última hora, cogimos un taxi hasta la parada de la guagua que nos llevaría al aeropuerto. Durante el camino hacia la parada pudimos compartir la indignación del señor taxista con la Guardia Civil y las multas por exceso de velocidad (amén, compadre).

En la parada no esperamos mucho, pero sí algo más de los seis minutos que vaticiné... - ¡Mierda, se me olvidó el cepillo! - Tranquilo, que yo traje. Qué haría yo sin Mami... No lo sé, pero seguro que lo haría despeinado.
El viaje en la guagua no fue muy largo, pero sí muy incómodo. ¿Por qué hacen los asientos tan estrechos si saben que la gente va a llevar equipaje? Sinsentidos de la vida. Y así se me quedaron los muslos; como no venían requintados ya de casa... Aunque bien nos dio tiempo a repasar todos los ciclos chinos patológicos y catalogar a todos nuestros conocidos. Sí, somos muy frikis.

Cuando al fin llegamos al aeropuerto, con más de una hora de antelación, nos dirigimos al mostrador para preguntar por nuestra puerta de embarque, ya que no aparecía en las pantallas. Tranquilamente pasamos el control de seguridad y atravesamos el set de rodaje de “El perfume”, también conocido como Duty Free. Entonces, oímos una llamada para embarcar... - ¡Coño, ese es nuestro vuelo! - ¡Pero si falta una hora! - Ea, vamos a buscar la puerta.
Y caminamos... Y caminamos... Y caminamos... Y caminamos... Madre mía, que nos salimos de la isla. Ya Mai nos había advertido que ibamos a tener que caminar pero ¿desde el aeropuerto y sin coger el avión?

Al llegar por fin a la puerta de embarque, que estaba aproximadamente en Alicante, una señorita muy amable nos ofreció facturar nuestro equipaje de mano gratis, a lo que accedimos de buen grado (ignorantes de nosotros). A pie de pista, un muchacho muy trabajador nos dio las instrucciones pertinentes para la facturación en un inglés bastante acelerado; así mismo, también evitó en el mismo inglés que nos atropellara un camión. Nos pareció correcto agradecerle el detalle en castellano, con lo cual se quedó ojiplático y exclamó: - ¡Ah, coño!
Desborregados, embarcamos en el avión y apartamos de mi asiento de ventanilla a una pequeña zángana que se pensaba apropiar de él. ¡Fuera de aquí, que si nos estampamos no podrán identificar mi cadáver!

Puntuales despegamos y puntuales aterrizamos. Durante todo el vuelo, no paramos de charlar de todas un poco y de sacar ideas la mar de creativas, así como de interpretar las instrucciones de seguridad a nuestra manera, sobrevolando ríos y zonas mientras a nuestro alrededor nadie entendía nuestras risas ni comentarios, básicamente porque nadie hablaba nuestro idioma. ¡Ah, haber estudiado!

Pues ya estábamos en tierras londinenses, comenzaba la aventura. Lo primero: recuperar nuestras maletas. Empezamos a caminar tras la muchedumbre hacia la terminal y caminamos... Y caminamos... Y caminamos... - ¡Joder, que nos volvemos a España! - Espera, que nos piden los deneises... En cuanto fuimos considerados personas no peligrosas para la seguridad nacional, procedimos a buscar nuestro equipaje en la cinta. Empezaron a salir unas cuantas maletas por la cinta y, de repente, dejaron de salir. Por lo visto venían en otro avión, porque no llegaron hasta pasada una hora ,que aprovechamos para observar las encendidas que se cogían los nativos con el personal del aeropuerto mientras nosotros nos partíamos de risa e investigábamos la manera de llegar al centro. Adquirimos los billetes de nuestro nuevo transporte, que no pudimos pagar con el dinero que habíamos cambiado porque la maquinita no lo aceptaba... ¡Yupi! ¿Y para esto me pateé yo todos los bancos antes de venir? En fin, vamos que se nos hace de noche.

Y efectivamente; a las 5.20 de la noche (no de la tarde, de la noche) nos acomodamos en la guagua que nos llevaría al centro de Londres. Menos mal que teníamos wi-fi gratis para comunicarnos con nuestros seres queridos... O no, porque aquello no conectaba ni a la de tres. Pues nada, a disfrutar del paisaje. ¡Qué raro es ir por el otro lado de la carretera! Era como jugar al Mario Kart en modo espejo. Durante el largo viaje, nos fijamos en todos los restaurantes, fruterías, multitiendas y comestibles varios que veíamos por el camino. ¡Qué hambre! Todo nos parecía apetitoso.

Cuando llegamos a la última parada, y tras orientarnos, buscamos una boca de metro para dirigirnos a donde quiera que fuéramos a dormir. Mezclados con los nativos y yendo de mapa a mapa, conseguimos llegar a nuestro destino. Ahora tocaba decidir qué tipo de billete comprar; cosa harto difícil con hipoglucemia severa, así que, como dicen por allá, “first thing's first”; a comprar chocolate en la minitienda de la entrada. ¡Qué placer! La energía chocolatástica recorría nuestras venas, así que aprovechamos el reprise para hacernos con una multitarjeta de transporte y embarcarnos en nuestro primer viaje en metro en el extranjero, que vino a ser como cualquier viaje en metro nacional. Eliges tu destino, sigues los mapas y ¡voilá! Llegamos.

Al salir de la estación (por la puerta incorrecta, claro), empezamos la búsqueda del hotel. Resulta que era una zona muy transitada, a pesar de estar en las afueras, llena de pubs. Comenzamos a caminar aleatoriamente y en un par de minutos, nos tropezamos con nuestro hotel. ¡Piece of cake!
Nuestro nuevo hogar durante los próximos días era un lugar cuco y acogedor, lleno de moquetas, escaleras estrechas y puertas “anti-robo”. Nuestra habitación tenía todo lo necesario para la supervivencia del viajero: camas, armario y baño.

Tras deshacer el equipaje, salimos ya sin cargar nada a buscar comida. Paseamos por la avenida principal y observamos lo que nos ofrecía para rellenar nuestras barrigas. Es curioso, cuando uno se muere de hambre y le dan opciones, nunca sabes qué elegir, así que optamos por una mini-hamburguesería pakistaní. Devoramos nuestro bien merecido banquete y nos metimos en uno de los múltiples pubs de la zona. Ya nos tocaba empezar la cata cervecera internacional, así que pedimos una muestra de los ales del pub. Por lo visto, un ale es como una cerveza pero más suavita.
Mientras disfrutábamos de nuestra cata y de nuestro wi-fi gratis (ah, que aquí tampoco... Nos tienen in-comunicados, Mary) sonó la campanilla que anunciaba el “Last call”, lo que viene a ser un “pide la última y te vas a tu puta casa, que vamos a cerrar”, sólo que en modo British, que es mucho más refinado. Claro, que hay que entender que las 11 de la noche es una hora de lo más adecuada para que las personas dejen de zanganear y se vayan a dormir como niños buenos. Apuramos nuestras bebidas y volvimos a nuestra madriguera a morir definitivamente.

Hay una verdad universal: hasta que no te quitas los zapatos no sabes cuán cansado puedes estar, sobre todo, después de unas 14 llegadas. Y así fue; ¡qué dolor de cuerpo humano! Sólo nos quedaba sacarnos la procedente selfie de “estamos reventados pero contentos” y meternos en la cama, que el día siguiente iba a ser igual de largo con reencuentros y visitas guiadas; pero eso será relatado en el siguiente capítulo.
Tratamos de leer nuestros respectivos e-books pero Morfeo llegó arrasando, por lo menos en mi caso.

Buenas noches. Zzzzz

“No digas nada, cálmate, tranquilízate ahora mi preciosidad; no luches así o sólo podré amarte más”

lunes, 6 de octubre de 2014

Un trocito de cielo


Por la noche ella miraba hacia arriba y las estrellas y la luna se reflejaban en sus ojos. Tumbada en la hierba, alzaba las manos y acariciaba el cielo, soñando despierta con volar y poder abrazarlo.
Cuando lucía el sol, cerraba los ojos y disfrutaba de su calor, deseando estar más cerca de él; flotando en el cielo azul siendo acariciada por esponjosas nubes.
Quería tenerlo entre sus brazos y no soltarlo nunca; agarrarlo fuerte y no dejarlo marchar.

Hechizada por su encanto, ideó un plan para hacerlo suyo. Construyó una escalera de sonrisas que se elevaba por encima de las más altas montañas, subió por ellas y creó un lazo con sus miradas, arrancando un gran trozo de cielo y llevándoselo al suelo.

Ella estaba contenta porque ya tenía lo que más había deseado junto a ella, y podía abrazarlo y acariciarlo tanto como siempre había soñado. Pero esas caricias no eran lo que esperaba. El trocito de cielo estaba frío y había perdido su belleza.

Entonces, ella hizo algo que ya nunca hacía: se tumbó y miró hacia arriba. El cielo ya no brillaba con agujas de plata de noche ni era esponjoso y cálido de día. Miró alrededor y no vio sonrisas ni alegría; todo el mundo estaba apagado, como si faltara algo. No le hizo falta nada más para darse cuenta de lo que tenía que hacer. Cogió el trocito de cielo y subió por la escalera de sonrisas hasta el lugar donde, soltando el lazo de miradas, liberó su pequeña porción de felicidad; soltó lo que más había deseado durante toda su vida.

Al volver al suelo, notó que algo había cambiado; el cielo empezó a brillar como solía hacerlo y sus ojos reflejaban de nuevo la luz de las estrellas. Las personas volvían a sonreir y, pese a estar triste, comprendió que había hecho lo correcto. Comprendió que por mucho que desees algo, no puedes agarrarlo sin más. No puedes poseer algo que no está hecho sólo para ti.
Miró hacia arriba y el cielo le devolvió la mirada junto con una sonrisa que decía que siempre estaría a su lado.

Siempre habrá un trozo de cielo en cada persona que se detenga a contemplarlo.

“Las cosas del Cielo sólo son vistas por quien cierra los ojos y cree en ellas”